sábado, 29 de agosto de 2009

Remordimiento de una cobardía

Otra vez. Otra vez me encuentro aquí. Mismo lugar, mismo banco, mismas vistas y misma hora. Todas las tardes me vengo aquí. Puede parecer un poco rutinario (para que mentirnos, es rutinario), pero me encanta este lugar, tiene un atractivo especial del que nunca me canso. Es un día más de mi repetitiva vida, pero como todos los días, es particularmente distinto al anterior. Por mucho que se parezcan, dos días nunca son iguales. Solo hay que saber fijarse y prestar atención a los pequeños detalles que son los verdaderamente importantes. Pero no desvariemos, volvamos al tema principal.

Como siempre, me siento a divagar y a pensar en mis cosas. A veces cosas sin lógicas, otras veces teorías sobre el sentido de la vida y otras sobre los problemas provenientes de mis rutinarias actividades. Puede que al fin y al cabo todo sean cosas ilógicas. Aunque, ¿quién pone límites entre lo racional y lo irracional? El humano tiende a poner muchas fronteras y después a respetar más bien poca. Perdón, iré al grano. Creo que no hace falta decir nada sobre el ser humano y sus defectos que ya no sepas.

La cuestión es que desde hace unas cinco tardes no pienso precisamente en cosas ambiguas. Pienso en alguien. Pensaba en una chica para ser exactos. Pensarás: “Muy típico, ahora me soltará una historia de amor imposible, la típica historia de enamorados con final feliz o el típico cuento de almas gemelas y amor a primera vista”. Espero responder mas adelante a esa posible idea que pasa por tu mente haciendo que vea que es falsa.

Antes de seguir, me gustaría aclarar una cosa. Soy un cobarde. Me explico. Hay muchos tipos de cobardes y cobardías. Yo padezco una cobardía en concreto. A mi no me importaría saltar en paracaídas, jugar a la ruleta rusa o nadar entre tiburones. Pero mi cobardía no es esa. Yo sufro la peor de las cobardías. No sé afrontar las cosas verdaderamente importantes. Ese es mi gran fallo. Me gustaría explicarme mejor… A veces, cuando la realidad necesita que le plante cara, que me de cuenta de mi situación real con respecto al mundo, huyo y me escondo. Creo que todo quedará más claro si continuo con mi historia.

La conocí hace unos tres años. Pelo moreno. Al principio paso desapercibida para mi. Estudiábamos en el mismo instituto. Un par de conversaciones tontas cruzadas, unas sonrisas, unas miradas… Y lo que suele pasar… Que empiezas a mirar con otros ojos. Pero ella estaba con otro chico. Un imbécil. No son celos… solo que no sabia tratarla como el gran tesoro que era. El tiempo iba pasando y yo me convertí en un admirador oculto de su sonrisa. Ya me pongo pasteloso… Por circunstancias de la vida me tuve que cambiar de instituto. Para no dejar de verla me hice amigo del imbécil de su novio. Es un imbécil por muchos motivos… Es un egocéntrico que cree que siempre lleva la razón, no tiene mucho tema de conversación (solo futbol y motos… y de ahí no lo saques), no es el chico sea precisamente la luz de la inteligencia… Tampoco la dejaba sola… Decía con su voz de chulo “Si no sales conmigo, ¿para que vas a salir? Si yo soy lo que mas quieres…” Estaba acojonado, sabía que encontrar algo mejor que el era fácil y sencillo. Lo que no sabia es que ella estaba ciega por el. En fin… continuo, que siempre me voy por los cerros de Úbeda.

La cuestión es que me hice su amigo, y con el tiempo amigo de ella. Como no salía, casi no tenía amigas y si discutía o pasaba una mala racha con el novio a quien le contaba los problemas era a mí. Era mortificador. Era un castigo verla a solas conmigo llorando por ese imbécil. De verdad que no se lo que le veía… Pero ahí estaba ella enfrente de mí. Y entonces la sangre me empezaba a correr más rápido de lo normal. Me ponía nervioso, sudaba… Me entraban mil ganas de decírselo todo. Que no la sabía tratar, que no la quería de verdad, que era un posesivo, que el no sabía hacerla feliz, que yo la amaba, que yo le prometería morir si hacia falta para verla sonreír, que yo jamás pude desear a nadie como la deseaba a ella. Pero no sabia cual seria su respuesta… ¿Y si me decía que no? Ella si le quería. Podía decirme que no perfectamente. ¿Y qué hubiese conseguido? Poco… que se enfadase conmigo, que se apartase de mi para siempre, que no quisiese volver a saber de mi, que no pudiese volver a ver su sonrisa… No quería jugármela. No es que tuviera suficiente con lo que poseía en ese momento. Pero es que sola con oírla hablar yo ya me daba por conforme. Después cuando se iba y me volvía a quedar a solas y me volvían los fantasmas de la soledad… y entonces era irremediable pensar en como sería todo si su novio fuese yo… No sé como explicarlo… Era gratificante mi situación… pero a la vez… pero a la vez era extremadamente precaria. Estaba cansado. Necesitaba decirle cuanto la quería. Pero cuando la veía llorar frente a mí suspirando por aquel imbécil… Mis decididas ideas se venían abajo. Cobarde… eso es lo que era… Ahora me corren lágrimas por la cara. Lagrimas… Frutos de la cobardía. Estas lágrimas que ahora me empapan las mejillas no tendrían porque existir. No aproveche ninguna de las miles de ocasiones que tuve…

En fin… seguiré contando mi historia. Una noche me llamo por teléfono, al móvil. Estaba nerviosa y angustiada, se veía que lo estaba pasando muy mal. Me contó algo de que había visto a su novio con otra abrazados y besándola en el parque. Ella estaba mala, resfriada, ese día no iba a salir, pero yendo para el médico lo vio todo… En ese momento me sentía muy triste, no podía oírla llorar, me estaba poniendo enfermo… Pero por otro lado sabía que era mi oportunidad. Eran dos sentimientos cruzados. Me dijo que llevaba días evitando quedar con el, que no sabía que hacer. Pero que esa tarde iba paseando con una amiga cuando se encontró con el (que iba en la moto) y la obligo a que se montara y fuera con el. Estaba llamándome desde el servicio de una cafetería. El le había confesado que ya no la quería y que cortaba. Y ella solo sabía repetirme que qué iba a hacer sin él, que ella solo le quería a él… Me dijo que ya hablaríamos y que ahora el imbécil iba a hacerle el favor de llevarla a su casa en moto. Me entraron ganas de decirle mil cosas. Incluso estuve a punto de decirle que yo iba a recogerla… Pero colgó.

Cuando al día siguiente llame a su casa para preguntar por como estaba nadie me cogía el teléfono. No fue hasta por la noche cuando alguien contesto mis llamadas. Era su hermana pequeña. No se sabía explicar, entrecortaba frases y palabras… Su madre cogió en teléfono y entonces a duras penas y como mejor pudo me lo contó. Anoche, cuando volvía a casa en la moto con el imbécil tuvieron un accidente. Al parecer la calle estaba mojada por los camiones cisternas que se dedican a baldear las calles, el imbécil iba mas rápido de lo debido y en una curva resbalaron y cayeron al suelo. El tuvo toda la suerte que le falto a ella. Solo se rompió un brazo. Ella no llevaba casco y al caer al suelo la inercia la empujo hasta dar de cabeza con el bordillo de una acera.

¿Qué decir? Pues que mis ultimas palabras fueron un… “Venga, adiós. Ya mañana si eso hablamos…” Dios. Murió. Murió sin saber cuanto la quería. Murió muy posiblemente porque jamás tuve huevos para decirle que estaba con el hombre equivocado y que yo la trataría como una reina. Murió porque no supe afrontar la realidad. Murió porque soy un cobarde. Ahora jamás conoceré el sabor de su sonrisa en mis labios.

Llevo días sin dormir. No puedo. No paro de pensar en que hubiera sido de nuestras vidas si yo solo hubiese pronunciado la frase: “Te quiero”. Ahora moriré con esa duda. Toda una vida sufriendo la misma conciencia intranquila. Si no me mata antes la falta de sueño que me causan los fantasmas de la culpa. Debo de parecer tan imbécil como el otro. ¿Para qué mentirnos? Soy un mierda. Es muy fácil que me puedas acusar. Y es aun más fácil decir que tú en mi lugar habrías sido valiente. ¿Pero lo habrías sido realmente? Es verse en la situación. Aunque seguro que cualquiera habría sido mas valiente que yo. No lo sé… Y espero que tú tampoco lo sepas nunca. Esto es un castigo sin fin. Algo que no le deseo a nadie.

¿Y quienes son los verdaderamente perjudicados? Ella ya no esta con nosotros y se fue con el amargo sabor de boca de haberle sido infiel. Una familia destrozada. Yo he perdido a lo que mas quería para siempre y me queda el regalo de un amargo remordimiento. Y el imbécil… El imbécil sigue vivo. Tiene una nueva muñequita que sacar a pasear. Lo único malo… un brazo roto. Solo ha perdido el juguete viejo que ya no quería. Los únicos que pierden son los que aman. Esa es la verdad. Al final los imbéciles seremos aquellos que queremos verdaderamente. Pero no voy a intentar ocultar la verdad debajo de esa frase. La verdad es que el imbécil soy yo, por no ser más valiente, por no saber enfrentarme a la verdad. Soy un mierda, un mierda…

Y aguantando las lágrimas mientras me levanto del banco, veo el rompeolas por el que tantas veces paseamos en nuestras tardes, aunque fuera en presencia del imbécil. Una pareja se besa en un banco cerca de mí.

Perdóname, Elena, por no decirte nada, perdóname por no haber sido más valiente. Perdóname por no arriesgarme y saber apostar por la suerte y el amor que sentía por ti. Perdóname. Puede que no te lo dijera… pero te amo y te amaré siempre… Vaya consuelo… soy un mierda…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa historia de amor,la verdad esta muy bien hcha ......me ha hecho sentir la tristeza de su autor ....y a la vez tambien ese sentimiento de tristeza bueno que mas decir ...bien lo unico ke no ha sido tan de mi agrado es las distracciones del autor " cuando se va por los cerros de ubeda" pero ha sido estupenda Un saludo y mis felicitaciones.