miércoles, 16 de septiembre de 2009

Caprichosa e injusta


-Encarna -Dijo con voz cazallera el harapiento indigente, acercándose a una de sus compañeras de gremio que dormitaba en un banco cerca suya-, Encarna, despierta, ¿tienes algo de comer? Por favor, es que no puedo más.

Encarna entreabrió los ojos y vio ante ella a su amigo y compañero de necesidades, Paco. Era una imagen realmente triste, su cuerpo canijo y de estatura baja, revestido de ropas grandes, viejas y llenas de remiendos. Su barba y pelo estaban empapados al igual que toda su ropa por el chaparrón de hace un rato. En su cara, decaída y triste, destacaban unos pequeños y brillantes ojos negros.

-¿Qué? –Preguntó con voz quebrada alzando la cabeza la mujer-.

-Qué si no tienes nada para darme de comer, por favor, que no como nada desde antesdeayer.

-No, de comer no tengo nada, Paco, si que tengo esto –Solucionó la vagabunda poniendo en la mano un euro diez en monedas de cinco y diez céntimos-, ve a ese bar y que te pongan un café.

-Muchas gracias, Encarna, ya te lo pagaré, te lo juro por Dios.

Paco se dirigió hacia su atillo con el puño derecho cerrado guardando avariciosamente las monedas que le quitarían el profundo vacío de su estómago. Tomó el saco donde guardaba sus escasos bienes, le hizo un nudo con un cordel viejo y ennegrecido y lo dejó al cuidado de su amiga Encarna.

Se metió la deshilachada y sucia camisa por dentro del pantalón, se peinó un poco el arbolado pelo, con un peine que le dejó su amiga, intentando poner un poco de orden en aquel desmadre de melena y acariciaba con sus manos la barba y el bigote pretendiendo dejar un poco presentable la cara, se ajusto bien su chaqueta verde oscura llena de remiendos y agujeros, y puso camino al bar.

Eran las ocho de la tarde de un invernal domingo y el bar se encontraba más o menos lleno, pues estaban transmitiendo por televisión de pago el Real Madrid-Valencia. Al entrar por la puerta, solo el dueño del establecimiento se percató de su presencia, pues las miradas de los clientes estaban fijas en la latente imagen del televisor que colgaba del techo.

-Váyase, deje a mis clientes tranquilos. A pedir a otra parte –Dijo tajante el cuarentón y regordete tabernero-.

-Pero si traigo dinero, traigo dinero para un café… -Titubeo el vagabundo-.

-Esto no es sitio para ti. Hueles mal y no quiero que eches a mis clientes.

Uno de los clientes, Alfonso, decidió quitar la atención del partido para prestársela a la escena que acontecía entre el dueño de la tasca y el mendigo. Alfonso era un músico de cuarenta y siete años, con una más que incipiente calvicie, ojos saltones, soltero, fiel devoto del Real Madrid, que aun vivía en casa de sus padres. Iba vestido con unos mocasines de color marrón canela, una camisa cruda de Ralph Lauren, los pantalones blancos de los domingos y un jersey de franjas rosas y celestes atado al cuello de Lacoste.

-Déjalo tomarse un café, Fede, ¿no ves que se ha duchado y todo para venir? Lo que pasa es que por falta de experiencia no sabe que hay que ducharse sin ropa, o eso o es que el último chubasquillo no lo cogió bien guarecido bajo un portal –Dijo el esperpéntico músico entre risas, fruto del carácter satírico y venenoso de éste y de unas sobradas raciones de alcohol desde temprana hora.

El dueño del bar le puso su café y Paco se quedó mirándolo fijamente como el niño que mira ilusionado un caramelo, pero aquel caramelo era fruto de una burla y de una ofensa contra su persona. El sería un vagabundo, un pobre, un indigente, un apestoso, pero era una persona, exactamente igual que el espantapájaros del jersey al cuello. Ansiaba ese café pero no lo quería, al menos no el que se encontraba frente a él en la barra. Así que sin decir media palabra, salió de allí ante la burlona sonrisa del músico y la atenta mirada del tabernero.

* * *

El desechado y abatido vagabundo se sentó en un frío y mojado banco con las manos juntas y sus dedos cruzados. No era la primera vez que se burlaban de él, pero no sabía porque, esta le había dolido más de lo normal. ¿Cómo podía un fantoche como aquel reírse de él? ¿Qué le daba ese poder o superioridad? ¿Vestir con una camisa que tenía impreso un caballo sobre el pecho? ¿Poder beber el alcohol que quiera en un vaso de cristal limpio? ¿A caso no iba él a pagar su café? ¿A caso no iba el a sentarse como una persona más en la barra a saciar el hambre y la sed?

Su amiga, que lo vio decaído, se acercó a él y le echó el brazo por encima. Paco se lo contó todo y ella le regaló una botella a medio terminar de whiskey barato.

-Puede que no te quite mucho el hambre, pero te ayudará a olvidar.

-Muchas gracias, Encarna. Eres un ángel. ¿Qué haría yo sin ti…?

-Nada, esta claro que los tíos no os bastáis por vosotros mismos… -Dijo en tono cariñoso-. Ahora te dejo, o el cabrón de Damián me quitara los cartones que tengo dentro de la sucursal de la caja de ahorros.

-Anda, corre y…gracias de nuevo…

Dos horas después, se encontraba sentado en el escalón del portal de una casa vieja y de gran fachada de pintura cascada. Su barba olía a alcohol al lejos, a sus pies yacía la botella de whiskey y a su lado el atillo. A lo lejos vio asomarse una tambaleante figura que se aproximaba hacia el caminando bajo la oscuridad de la noche, sorteando los naranjos que abundaban en la cada vez mas estrecha acera. Al llegar a él la figura se detuvo y lo miró. Era el pelele del bar. Solo que con el jersey puesto y una borrachera descomunal. Ni siquiera le había reconocido. El fuerte olor a tabaco y alcohol que desprendía daba fe de su estado de embriaguez.

-Buenas noches –Dijo el músico con voz lenta y torpe.

-Buenas… -Respondió el mendigo mirando al suelo.

Alfonso se acercó a la puerta. Vivía allí. Introdujo la mano en el bolsillo y sacó las llaves. Al sacar las llaves se le cayó del bolsillo un billete de veinte euros. Paco vio el billete, lo cogió y se lo mostró al torpe beodo que intentaba en vano introducir la llave en la cerradura. De pronto el músico miró para abajo.

-¿Qué estas haciendo, cerdo? ¿No creo que me hayas sacado eso del bolsillo? –Preguntó alterándose cada vez más-. Cerdo, hijo de puta… ¡trae mi dinero!

-No, se le ha caído del bolsillo al sacarse las llaves, yo solo quería devolvérselo…

-¡¿Qué te crees?! ¡¿Qué soy tonto?! –Gritó arrebatándole de las manos el billete-. Cállate la boca, que no te mato porque se que tal y como esta el tiempo no vas a durar mucho vivo durmiendo a la intemperie…

Acto seguido la puerta se abrió. La madre del alterado caballero salió a la calle a ver a que se debía aquel alboroto. La madre, de unos setenta y tantos años largos, lo cogió por el brazo y lo introdujo para dentro de la casa al ver la cogorza que llevaba encima. Tras el portazo, Paco, se quedó pensativo mirando al cielo que, haciendo resonar como redobles dos truenos, parecía avisar de lo que se acercaba. Paco se levantó del escalón de aquel portal. No quería que fuese aquella casa la que le diese cobijo contra la lluvia que comenzó a precipitarse con él. Al final acabó acomodado en un banco de hierro cercano a una parada de autobús, más o menos protegido por la copa de un naranjo, a unos cinco metros de la casa del músico.

* * *

-¿Cómo le habrá podido pasar? Por Dios… cuando te llega te llega… así es la vida. Que pena de hombre. En fin… que el señor le guarde. No podemos pedir otra cosa…

-Dicen que fue un infarto… No lo entiendo… No parecía muy mayor, lo que pasa es que era un poco descuidado con su imagen. En fin, otro que se nos va…

La conversación de las dos marías despertó al vagabundo. Estaba empapado, incluso un tanto mareado por la mala noche que había pasado en aquella incomoda e improvisada cama. Buscó con la mirada a su alrededor y vio plantadas a las dos alcahuetas en la puerta de la casa del músico junto con dos caballeros de avanzada y mediana edad que conversaban animadamente. Puso atención en la conversación que mantenían y se enteró de que el fallecido era el fantoche del alcohólico colérico.

Comenzó a pensar en las cosas de la vida. Era el músico el que dormía bajo techo, el que comía cuanto y cuando quería, el que tenía una familia y unos amigos. Él, en cambio, era un vagabundo, expuesto a las inclemencias, sin nada que comer, desechado, sin hogar, triste y solo. Sin embargo, y a pesar de todo, le toco morir al músico. Que ironía. El más propicio a vivir muere y el propicio a la muerte vive. ¿Por qué alargaba la vida el camino a los que sufren y se lo quita a los que viven felices? En esto divagaba mentalmente nuestro amigo el mendigo cuando concluyó mentalmente: sin duda alguna, la vida es caprichosa y en cierto modo injusta.