viernes, 25 de marzo de 2011

Fragmento 2

Nos encontramos por la tarde siguiente en un café. Armanda estaba allí sentada ya cuando llegué; tomaba té y me enseñó un periódico en el que había descubierto mi nombre. Era uno de los libelos reaccionarios de mi tierra, en los que de cuando en cuando iban dando la vuelta artículos difamatorios contra mí. Yo fui durante la guerra enemigo de ésta, y después, cuando se presentó la ocasión, prediqué tranquilidad, paciencia, humanidad y autocrítica y combatí la instigación nacionalista que cada día se iba haciendo más aguda, más necia y más descarada. [...] Armanda había leído el artículo y había sabido por él que Harry Haller era un ser nocivo y un socio sin patria, y que naturalmente a la patria no le podía ir sino muy mal en tanto fueran tolerados estos hombres y estas teorías, y se educara a la juventud en ideas sentimentales de humanidad, en lugar de despertar el afán de venganza guerrera contra el enemigo histórico.

-¿Eres tú éste? -preguntó Armanda señalando mi nombre-. Pues te has proporcionado serios adversarios Harry. ¿Te molesta esto?

-No -dije-; no me molesta; estoy habituado a ello desde hace muchísimo tiempo. Un par de veces he expresado la opinión de que todo pueblo y hasta hombre aislado, en vez de soñar con mentidas "responsabilidades" políticas, debería reflexionar dentro de sí, hasta qué punto él mismo (por errores, negligencias y malos hábitos) tiene también parte en la guerra y en todos los demás males del mundo; éste acaso sea el única camino de evitar la próxima guerra.  Esto no me lo perdonan, pues es natural que ellos mismos se crean perfectamente inocentes: el káiser, los generales, los grandes industriales, los políticos, los periódicos, nadie tiene que echarse en cara lo más mínimo, nadie tiene ninguna clase de culpa. Se diría que todo estaba magníficamente en el mundo..., sólo yacen dentro de la tierra una docena de millones de hombres asesinados. Y mira, Armanda, aun cuando estos artículos difamatorios ya no puedan molestarme, alguna vez no dejan de entristecerme. Dos tercios de mis compatriotas leen estos periódicos, leen todas las mañanas y todas las noches estos ecos, son trabajados, exhortados, excitados, los van haciendo descontentos y malvados, y el objetivo y fin de todo es la guerra otra vez, la guerra próxima que se acerca, que será aún más horrorosa que lo ha sido la última. Todo esto es claro y sencillo; todo hombre podría comprenderlo y llegar a la misma conclusión con una sola hora de meditación. Pero ninguno quiere eso, ninguno quiere evitar la próxima guerra, ninguno quiere ahorrarse a sí mismo y a sus hijos la próxima matanza de millones de seres, si no puede tenerlo más barato. Meditar una hora, entrar un rato dentro de sí e inquirir hasta qué punto tiene uno parte y es corresponsable en el desorden y en la maldad del mundo; mira, eso no lo quiere nadie. Y así seguirá todo, y la próxima guerra se prepara con  ardor día tras día por muchos miles de hombres. Esto, desde que lo sé, me ha paralizado y me ha llevado a la desesperación, ya que no hay para mí "patria" ni ideales, todo eso no es más que escenario para los señores que preparan la próxima carnicería. No sirve para nada pensar, ni decir, ni escribir nada humano, no tiene sentido dar vueltas a buenas ideas dentro de la cabeza; para dos o tres hombres que hacen esto, hay día a día miles de periódicos, revistas, discursos, sesiones públicas y secretas, que aspiran a lo contrario y lo logran.

Armanda había escuchado atentamente.

-Sí -dijo al fin-, tienes razón. Es evidente que volverá a haber una guerra, no hace falta leer periódicos para saberlo. Por ello es natural que esté uno triste; pero esto no tiene valor alguno. Es exactamente lo mismo que si estuviéramos tristes porque, a pesar  lo que hagamos en contra, un día indefectiblemente hayamos de tener que morir. La lucha contra la muerte, querido Harry, es siempre una cosa hermosa, noble, digna y sublime; por lo tanto, también la lucha contra la guerra. Pero no deja de ser en todo caso una quijotada sin esperanza.

Der Steppenwolf
Hermann Hesse