[...] Todo esto nos
ha de hacer tener en cuenta que a los hombres se les ha de mimar o aplastar,
pues se vengan de las ofensas ligeras, ya que de las graves no pueden: la
afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de
temer su venganza.
De todo ello
se extrae una regla general que nunca, o a lo sumo raramente, falla: quien
propicia el poder de otro, labra su propia ruina, puesto que dicho poder lo
construye o con la astucia o con la fuerza y tanto la una como la otra resultan
sospechosas al que ha llegado a ser poderoso.
El príncipe
Nicolás Maquiavelo
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